Esencia
de los libreros en Lima.
Lorena
Peña
En medio de la babel que es Lima, con tantos
automóviles y el rumor de la gente, hay una ciudad de papel que no figura en
los mapas turísticos de esta tres veces coronada villa. Ese territorio, inmerso
dentro de nuestro centro histórico, está poblado de frases memorables, de
los versos más sublimes, de reflexiones filosóficas sobre la vida…en fin; en
Lima antigua no solo hay balcones por fotografiar o catacumbas que recorrer,
también hay libros que esperan de un lector que los tome y aproveche para sí.
Aunque no hay un mapa del libro en Lima,
encontré dos puntos de referencia obligada para quienes están en búsqueda de
libros antiguos o de aquellos que difícilmente circulan en las librerías. Se
trata de la zona del llamado Boulevard de la Cultura del jirón Quilca, y
de los libreros del jirón Amazonas. Es cierto que hay otros rincones, como el
de la calle Malambito, el jirón Camaná y Nicolás de Piérola, y seguramente hay
también otros tesoros por descubrir.
En la década de los 80
el acceso al consumo cultural era una odisea. Cualquier iniciativa parecía un
suicidio dilatado. Pero siempre hay un atajo para resistir y bailar en el
muladar. Los libreros y puestos de música del jirón Quilca o de Galerías Brasil
proveían a
precios asequibles libros, caset y otros artículos entre originales,
fotocopiados o de segunda mano. Quilca –palabra quechua que en castellano
significa ‘escritura’– y algunas cuadras del Jr. Camaná configuraron un circuito
que cobijó a curiosos, así como a adeptos al rock subterráneo y otras
transgresiones expresivas: un punto de encuentro y desfogue que ofrecía una
educación intelectual y sentimental alternativa.
Salto temporal al 2019,
hace algunos años los libreros de la Asociación Boulevard de la Cultura Quilca fueron
desalojados por la policía del espacio que ocuparon durante cerca de dos
décadas. El terreno de más de 1.000 metros cuadrados es propiedad del
Arzobispado de Lima, que en el 2008 les impuso una demanda de desalojo tras
vencerse el contrato de arrendamiento que iniciaron en 1997. Para los que
acostumbraban internarse en Quilca para acopiar materiales de índoles diversas,
el desalojo simbolizó el fin de una era.
Son muchos las personas
y trabajadores afectados, que piden que el Arzobispado reconsidere su decisión.
En jirón Amazonas, selva de papel, desde la década de 1980
hasta fines de 1998, ocupaban cinco cuadras de la avenida Grau, entre el límite
del Cercado de Lima con La Victoria. Eran épocas en que el comercio ambulatorio
bullía en las principales avenidas de la capital. Los libreros, pese a su noble
oficio, también habían tomado las calles aunque sin pregonar a garganta abierta
los nombres de las obras de literatura, filosofía e historia que tenían en sus
estantes de madera. Se trataba de una batalla silenciosa entre el polvo del
saber contra el smog de la transitada avenida que lleva el nombre del héroe del
Combate de Angamos.
En la pequeña visita que realice a esos lugares
puedo comprobar los grandes cambios que surgieron tras diversas circunstancias
provocadas por el mismo hombre, sin darse cuenta que se está convirtiendo en
autor de uno de los más grandes daños que puede provocar en la sociedad, la
perdida de la cultura.
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